martes, 24 de julio de 2012

El hombre de los ojos verdes. Capítulo VIII

Calmaos y permaneced juntos. Me parece que esta
imagen de Hufflepuff describe bien el capítulo :)
¡Muy buenas! Como habréis podido comprobar, en verano tardo bastante más en actualizar. Antes hacía uno o dos posts por semana, pero ahora no sé si podré seguir en la línea...
En fin, que aquí está el capítulo octavo de El hombre de los ojos verdes. Espero que os guste mucho, porque a partir del noveno es cuando empieza la acción de verdad... Disfrutad de la tranquilidad mientras quede, jeje :)
Si queréis recordar por dónde íbamos:

_______________________capítulo ocho_______________________
Traidor. Traidor. Traidor. La palabra se repetía una y otra vez en mi cabeza, y yo seguía sin poder aceptar su significado. 
Pensé en los posibles candidatos, esta vez de uno en uno.
Mónica… A Mónica la conocía desde hacía seis años. Era mi mejor amiga, completamente incapaz de hacerme daño, ni a mí ni a una mosca. Demasiado dulce e inocente, no, ella no podía ser.
¿Carlos? Era verdad que llevaba un tiempo más arisco y quejica que de costumbre, pero todos opinábamos que también nos pasaba a los demás, por el tema de la adolescencia. Éramos amigos desde la guardería, y siempre estaba de mi parte. Tampoco.
Nico estaba ahí mismo, a mi lado, con la misma expresión de desconcierto que tenía yo. Al igual que Mónica, había llegado a nuestro colegio seis años atrás. Tenía un gran sentido de la justicia, como las normas esas de los samuráis o algo así… no sé, simplemente sabía que no podía ser él. Además, si fuera el traidor, dudaba mucho que hubiera sido tan tonto como para enseñarme la vidriera de la traición…
José apretaba los puños con fuerza, y sus ojos marrones echaban chispas. Yo ya había oído en clase que no soportaba que lo engañasen, ni a él ni a sus amigos. Supongo que vio la traición como algún tipo de engaño, y se enfadó de verdad. Tenía un año más que nosotros, pero nos había ayudado desde el principio, y Pump se había quedado con él la segunda vez que vivimos el 31 de octubre, así que también quedaba descartado.
Y después, cuando hice la reflexión por segunda vez, pensé que todos ellos podían ser perfectamente traidores. Porque un traidor es eso, ¿no? Alguien que crees que está de tu parte y resulta que no.
— ¡Están aquí! — gritó Innokentiy, dando saltitos hasta nosotros. — ¡Anda, pero si habéis encontrado la vidriera! Es que hay tantas que a veces se me olvida dónde están…
Carlos y Mónica se unieron a nuestro pequeño grupo de treceañeros con cara de desorientación al ver lo que representaba.
— Rey. — farfulló José, entre dientes. — Explica lo del traidor. En la vidriera no se ve suficientemente claro.
— ¡Por supuesto! — Inno nos invitó a sentarnos en el suelo. Todos lo hicimos menos Nico. — Cuando estalló la guerra entre Khrónos y Saturno, los dos se fueron a la montaña a pelear entre ellos, porque Khrónos no quería que hubiera ningún herido. Sin embargo, cuando el ejército de Saturno empezó a atacar la ciudad, Khrónos se vio obligado a contraatacar. Hubo muchos heridos y muertos, incluso civiles. 
— ¿Cuánto dura esta historia?
— ¿Y qué tiene que ver con nosotros? — dijo Nico, aún con la mirada fija en la vidriera.
— Pues, veréis, mi bisabuelo, el rey por aquel entonces, vio que en esta sala se forjaba una nueva profecía.
— Pero si aquí sólo hay vidrieras… — puntualizó Carlos.
— ¡Exacto!¡Las vidrieras son las profecías!¿A qué molan? — dijo Inno, muy ilusionado. Al fin y al cabo, seguía siendo un niño… — La profecía era una vidriera como esta, pero en vez de estar yo, estaba él, y en vez de estar vosotros, estaban Khrónos y sus mejores guerreros. Khrónos tenía un puñal clavado por la espalda.
Zas.
Sentí escalofríos recorriéndome la columna. ¿Significaba eso que yo iba a tener la misma importancia que Khrónos? No quería ni pensarlo…
— Mi bisabuelo alertó a todos los calegores, incluídos Khrónos y Saturno, pero fue para nada. Días después, Khrónos murió a manos de su capataz.
Y de nuevo, zas.
Quizás eso significan que iba a acabar como él.
— ¿Y… qué pasó después?
— Pues hay algunos calegores que tienen mucha suerte. Si nace una criatura en el mismo momento en el que ellos mueren, pueden… ¿cómo lo llamáis vosotros?
— ¿Reencarnarse? 
— Algo parecido. Khrónos se convirtió en un Pooka. Los Pookas son seres de piel oscura, que pueden adoptar casi cualquier forma; duendes, perros, alces… Khrónos se transformó en un caballo alado. Atacó a Saturno, siendo entonces mucho más fuerte que él, y lo mató.
— Y, ¿por qué empezó la guerra?
Esta vez fue Dragomir el que contestó.
—  Khrónos y Saturno peleaban por el control de Calegoría, una sivilisasión que había sido libre durante siglos, porque el rey solo actuaba en caso de conflicto. Tenían distintos puntos de vista, pero querían lo mismo: poder. Y fueron tan estúpidos que ninguno de los dos consiguió ganar. Uno muerto y él otro convertido en monstruo. Las guerras siempre acaban mal.
Silencio. Todos lo habían comprendido. Alguna de las personas que estaban sentadas al lado mía, con las que ayer había hablado tan tranquilamente, iba a intentar matarme, iba a hacer lo posible para acabar conmigo.
Un calegor entró corriendo. Recordó que el rey y sus invitados son los únicos que puedes entrar a la Sala de las Profecías, retrocedió y gritó desde la lejana puerta:
— ¡MAJESTAAAAAAD!¡HAN LLEGADO LOS HUMANOS QUE FALTABAAAAAAAN!
A mí me pareció poco ortodoxo hablar así con un rey, pero Innokentiy parecía encantado.
— ¡Que guay! — exclamó. Alek, Dragomir y él siguieron al calegor.
El silencio se hizo pesado, muy pesado. Sentía como si toda la esperanza que habíamos dejado en el aire estuviera cayendo lentamente con más peso del necesario, aprisionando mi cabeza, impidiéndome pensar correctamente. En la Sala de las Profecías sólo quedábamos los representados en las vidrieras y Pump, que se lo debía estar pasando en grande con la situación. Nos miraba a todos, de uno en uno, se mordía el labio inferior y soltaba pequeñas risitas que intentaba aguantarse sin éxito. Mónica, por el contrario, estaba al borde de las lágrimas. Carlos ponía caras raras, José tenía todos los músculos en tensión y Nico seguía absorto en la vidriera.
— Yo no me despego de tu lado a partir de ahora. — dijo José. — Así, si se te acerca el traidor…
— ¡Entonces eres tú!¡Tú eres el traidor!¡Cuando no miremos, te la vas a cargar! — gritó Carlos.
— ¿Y cómo se supone que me la voy a cargar, listo?
— ¡Y yo que sé!¡Tú eres el malo!
— Os estáis volviendo paranóicos… — susurró Mónica.
— ¡O es Mónica!¡Se hace la débil pero en realidad no lo es!
Ella empezó a llorar. José y Carlos no llegaron a las manos porque el primero le sacaba una cabeza al segundo. Nico recogió a Pump del suelo y examinó su tallo. Yo empezaba a enfadarme de verdad.
— ¡Esta claro que es Nico!
— ¡Eres tú, haciendo tantas especulaciones para despistar!
— ¡O tú, porque…!
— ¡YA!¡BASTA! — grité. Todos se callaron de repente. Hasta Nico dejó la vidriera unos momentos. No era muy normal que yo perdiera los estribos. — ¡Esta estúpida guerra no ha empezado aún y ya nos está separando!¡Tenemos que estar juntos!
— Pero el traidor…
— ¡Me importa un comino quién de vosotros sea el traidor y de que manera intenta matarme!¡Es algo mucho más grande!¡Es una guerra de niños!¡Niños!¡Todo está relacionado con los niños!¡El rey es un niño, los ejércitos son de niños, Calegoría está llena de niños!¿Qué más da una sola muerte cuando puede haber miles si no lo frenamos a tiempo?¡Hay que tomárselo en serio, hay que parar esto antes de que empiece!¡Son sólo niños, somos sólo niños!¡Tenemos que estar juntos, porque juntos somos más fuertes!¡Khrónos también sabía lo de la profecía y mirá para lo que le sirvió!¡Vamos a acabar con esto, maldita sea!
Respiré. No sé de dónde había salido eso, porque yo estaba muerta de miedo, pero me alegré. Al parecer había hecho efecto.
Mónica se me echó encima para darme un abrazo. Antes de que se soltara, volvió durante unos instantes el olor que desprendía Alek la primera vez que lo vi. Esencia de árbol de té… ¿Por qué sabía lo que era, si nunca antes lo había escuchado?
— Guau. Te has puesto sentimental, ¿eh? — dijo José, haciendo que todos riésemos. 
— Y, ¿cómo vamos a pararlo? — preguntó Carlos.
— Será fácil. — dije, sabiendo que era una completa locura. — Tengo un plan.

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El plan estaba acabado, al menos, la primera fase. Si todo salía bien, no habría segunda, y si no… bueno, decidimos que sería mejor pensar en positivo.
Los chicos se dirigieron cada uno a sus puestos, excepto Nico y yo, que teníamos que trabajar en equipo. Como él seguía mirando la profecía, le cogí del hombro y lo agité.
— Nicoooooo. Vamos. Hay que ir a…
— ¿Te has dado cuenta? — señaló el puñal. Yo negué con la cabeza. — No es un puñal.
— Es verdad… — se asemejaba más a un pequeño tronco de árbol, o una raíz. — Tío, ¿cómo te das cuenta de esas cosas?
— No sé… Me fijo mucho en los pequeños detalles. Pero fíjate bien. ¿No tiene una pequeña hendidura, justo en el borde?
En efecto, había un hueco con forma triangular en el filo de la rama.
— Sí.
— Pues ahora, lentamente, mira el tallo de Pump.
Me temí lo peor. Pump estaba en los brazos de Nico, divertido, por ser el centro de atención por una vez. En su tallo había una hendidura triangular.
Zas.
¿Es que todas las malas noticias tienen que llegar de golpe?

sábado, 14 de julio de 2012

Venecia

¡Hola a todos! Ya he vuelto de vacaciones, y estoy más inspirada que nunca. Llegué ayer mismo, así que todavía no tengo listo el siguiente capítulo de El hombre de los ojos verdes, pero si que traigo alguna que otra cosa curiosa.
He estado de vacaciones en Venecia, la ciudad de los canales. Ha sido un viaje perfecto :') y yo llevaba queriendo ir desde que empecé a escribir la primera de las nueve (porque acabo de empezar otra) novelas que he ido pensando y dejando sin acabar. Gracias a esa novela apareció mi interés por la escritura, así que me ha encantado :'D Por cierto, Calegoría está ligeramente inspirada en Venecia, así que el próximo capítulo tendrá muchas más descripciones :D
En fin, que me desvío. Lo que quería poner en este post era una recomendación, pero no una de una web ni de un libro, sino una recomendación de una librería.

LIBRERÍA ACQUA ALTA

de Frizzo Luigi

Calle Longa S.M. Formosa 5176
Castello 3012 Venecia

Cartel que señalaba la inusual "salida de emergencias".
Iremos por partes: ¿conocéis el fenómeno de el "acqua alta" veneciana? Pues bien: ocurre que en determinadas épocas del año, por ejemplo con las mareas de primavera, el nivel del agua de los canales sube tanto que llega a inundarse la ciudad casi al completo. Oficialmente, hay acqua alta cuando el nivel de la marea sube 90cm respecto a la marea normal.
El acqua alta afecta, sobre todo, a las zonas más bajas de la ciudad y a las que tienen canales cerca. Y de esto no se salva la librería Acqua Alta.

He aquí la "salida de emergencias". Imaginad como se pone la librería cuando hay acqua alta...

Casi al final de una larguísima y estrecha calle (Calle Longa S.M. Formosa), a la izquierda se ensancha el camino. Lo primero que ves son muchos (de verdad, muchos) gatos tumbados y de pie, recibiendo mimos por parte de turistas y paseando con total tranquilidad, como si nada fuera con ellos. Si te fijas un poco más, hay lo que parece ser una casa, con carteles colgados encima de la puerta que tenían escritas frases sobre libros. Al lado de la puerta hay un hombre sentado en una silla, mirando a todo el que pasa con una sonrisa en la cara, invitándolos a entrar y tomar fotos. Una vez dentro, ves la cosa más curiosa del mundo.

Uno de los excelentemente alimentados gatos. Me recordó al mío, pero al volver
a casa me di cuenta de que Capi (así se llama mi gato) está bastante más delgado.
Es una librería: hay libros por todas partes. Por todas partes. Todas. Hay libros en una bañera, libros en estanterías que llegan al techo, libros en el suelo... y en una góndola. Sí, en una góndola de verdad. Es imposible verlos todos, pero seguro que valdría la pena, porque sólo unos pocos son libros actuales o guías de Venecia. El resto son antiguos, desde cómics de Disney hasta primeras ediciones de novelas con éxito, pasando por libros que no conoce nadie pero que en un ambiente tan misterioso com el de la librería llaman muchísimo la atención. Tras estar un rato mirando, el hombre de la entrada, Luigi, que es el dueño, te dice que vayas al final de la tienda, y ahí está la "salida de emergencias", que no es más que una puerta que da al canal. De ahí viene el nombre de la librería, pues, según tengo entendido, se inunda a más no poder durante el acqua alta, gracias a esa puerta.

El simpático cartel de fire exit con un tipo nadando. Jeje.

Al rato, también te dirá que hay vistas bonitas desde la otra salida. Y digo si las hay. Pero lo más interesante es la escalera que hay hasta llegar a las vistas:

Siento la calidad de la foto. Tiemblo como loca cuando voy a usar la cámara. Ni idea de por qué.
Quizás a alguien a quien no le llamen mucha atención los libros "viejos"o Corto Maltés (que la librería está hasta las trancas de láminas, cuadros, mecheros... del personaje de Pratt) no le llame demasiado la atención nada, pero puedo afirmar que a mí me ha encantado. Es un sitio mágico. Lo recomiendo a cualquier persona que vaya a Venecia. Y, como no tengo ninguna foto más de la librería, pongo unas que encontré por google:
La entrada, inundada con el acqua alta.
Gatos, gatos everywhere. Y tan tranquilos. (Fijaos en el libro marrón: Non toccare il gato. Jejeje...)


Luigi, el dueño, durante el acqua alta. No sé qué hará con el resto de los libros,
pero sea lo que sea tiene mérito.


La góndola. Cuando yo fui, había un gato tumbado en ella :D

Y, por último, el marcapáginas que te dan al comprar algo, con el resto de datos e información. Yo me compré Pagemaster (El guardián de las palabras, libro basado en la película infantil de el mismo nombre) en italiano. Jeje :)
Haced click para que se vea más grande.
¡Saludos!



;)

miércoles, 4 de julio de 2012

El hombre de los ojos verdes. Capítulo VII

¡Hola a todos! Siento haber tardado tanto en pasarme por aquí a publicar una nueva entrada, pero es que en verano... me cuesta mucho todo ^^U
Igualmente, aquí está el capítulo séptimo de El hombre de los ojos verdes :D Por si alguien no se acuerda bien de por donde lo dejamos y no tiene ganas de ponerse a buscar, aquí están los capítulos ordenados, del primero al último:
También podéis leerlos pinchando en El hombre de los ojos verdes, en la barra de la derecha del blog, bajo el encabezado Historias. Allí están ordenadas en sentido contrario al orden de publicación, esto es, el primer capítulo que veréis será el último que haya publicado.
Otra cosa, durante la próxima semana no voy a poder entrar en el blog. Me voy de vacaciones y no me llevo el ordenador, pero, cuando vuelva, traeré el capítulo octavo :D
_______________________capítulo siete_______________________
Lo primero que llamaba la atención de Calegoría era su inusual cartel de bienvenida. La silueta de una enorme verja negra, con figuras esculpidas hasta el detalle más insignificante, era al menos cinco veces más grande y majestuosa que todas  las vallas de los cementerios de las películas americanas juntas. Una de las lustrosas esculturas era un calegor cubierto por una capa negra, otra, uno que luchaba contra él y tenía las orejas puntiagudas, y la que más me llamó la atención fue la de un animal similar a los murciélagos. Un hada del sueño, supuse. Entonces se me vino a la cabeza el bicho que había salido del despacho de Dragomir; era igual, solo que verde fluorescente. Tuve la sensación de que había algo raro en ella, en la que escapó, pero decidí no decir nada. En el arco superior de la valla, colgado con dos enormes y relucientes cadenas negras, había un cartel que rezaba: «Bienvenidos a Calegoría», con letras macabras que brillaban en la oscuridad.
Pump tuvo que gritarnos para hacernos recordar que no estábamos allí para hacer turismo, pues ya llevábamos un buen rato admirando la verja sin movernos. Seguimos andando, y me asustó comprobar que la imagen que imaginé en mi cabeza sobre Calegoría se correspondía al cien por cien con la realidad. Las casas se erguían en ángulos imposibles, formando figuras geométricas y, llamadme loca, dibujando sonrisas en sus puertas (¿bocas?) cuando pasábamos por delante. La plazoleta principal, que era la que atravesábamos en aquel instante, estaba a rebosar de calegores de todas las edades. Iban vestidos con ropa extraña, puede que tradicional, aunque, claro, ¿quién era yo para decir eso, si hacía media hora ni si quiera sabía que Calegoría existía?
La luna parecía más cercana que de costumbre. Era blanca, llena, enorme, y parecía seguir cada uno de nuestros movimientos. Al llegar a una de las muchas y estrechas callejuelas en las que se dividía la plaza, sentí algo frío acariciando mis pies. Al mirar al suelo, comprobé con horror que estaba de agua hasta las rodillas.
— ¿Pero qué…? — Pregunté, bastante confusa. Salí de aquella especie de canal y continué andando por la acera. Los calegores no dejaban de mirarnos y, aunque intentaban disimular, en sus caras se podía ver un resquicio de felicidad que no dejaba lugar a dudas; era bien sabido quiénes éramos y cuál era nuestra misión. 
Al continuar el camino hacia quién-sabe-dónde, pudimos comprobar que las calles estaban llenas, a pesar de que era por la noche. Las barcazas que transportaban calegores, parecidas a los vaporettos de Venecia, pero talladas completamente en madera negra, iban llenas hasta las trancas, y surcaban los canales con una facilidad pasmosa. No entendíamos por qué había tanta actividad, cuando ya era casi medianoche. Alek nos lo explicó amablemente:
— En Calegoría, el Sol solo sale dos veces al año; durante los dos solsticios. Sabemos si es de día o de noche por los relojes, pero el cielo siempre está oscuro. Algunos calegores salen por la noche y otros por el día, así que las calles nunca están tranquilas.
— Por eso estáis tan blancos, ¿no? Porque casi nunca os da el Sol — Preguntó Mónica.
— Sí, justo por eso.
Entonces vi al lugar al que nos dirigíamos. Entre los techos puntiagudos, redondos y rectangulares de las casas de Calegoría, sobresalía uno que parecía no tener fin. Una torre de base cuadrada, completamente recta, cuya cima era imposible de ver debido a las nubes verdosas que la rodeaban. En cada uno de sus cuatro lados, había un reloj gigantesco que, al igual que el fuego mentiroso, era mágico, desde mi punto de vista. Las enormes manecillas brillaban y seguían un movimiento rítmico, como el de las luciérnagas, a pesar de que señalaban siempre el mismo punto: Nychta, escrito en colores oscuros pero relucientes. La otra opción, puesto que solo había dos palabras escritas, era Imera; roja, naranja y amarilla, como el fuego, el sol y todas las cosas que dan calor. Supuse que la primera era la noche y la segunda el día, pero me parecía un sistema muy rudimentario para gente que sabe como hacer creer a cientos de personas algo que no han ocurrido.
Al llegar a la puerta de entrada, nos llevamos otro susto; el edificio estaba rodeado de agua, calegores con armas y unos cuantos bichos parecidos a nuestros cocodrilos, aunque demasiado grandes para mi gusto. A uno de ellos le faltó poco para tirarse encima de José y lamerle la cara como un perro.
— ¿Pero qué me pasa con los animales? — Gruñó. — Primero Pump, y aho…
— ¡PUMP NO ES UN ANIMAL!¡PUMP ES UNA CALABAZA LIBRE CON LOS MISMOS DERECHOS QUE CUALQUIER OTRA VERDURA!
Tras una incoherente pataleta de Pump, una pequeña barca nos llevó a la entrada. Las puertas de madera se abrieron de golpe, y me pareció oír un murmullo salir de ellas, de la misma madera… Las casas de Calegoría me daban mala espina.
El interior parecía un palacio de cuento: alfombras rojas, armas y escudos, retratos, vidrieras, armaduras… Dos tipos bastante fuertes nos condujeron hacia lo que yo identifiqué como el salón principal. Allí miré a mi alrededor intentando encontrar lo que íbamos buscando a aquel lugar, y lo encontré. Sentado en un trono dorado, rodeado de calegores con mapas e instrumentos, con corona y cara de no haber dormido en semanas, estaba el que parecía ser el rey de Calegoría.
— Innokentiy. Los hemos encontrado. — Dijo Dragomir, levantando la voz para hacerse oír entre el murmullo de la sala. 
El «rey» se levantó de su asiento. Tenía una gran agilidad, teniendo en cuenta su aspecto. Porque la verdad es que no aparentaba más de siete o seis años.
— ¿Solo ellos?¿No deberían ser más? — Murmuró con voz alegre e infantil mientras daba saltitos alrededor nuestra. Oí a Mónica decir "Ooohh". Ya estaba tardando. En cuanto ve a un niño pequeño con voz dulce no puede evitarlo. Instinto maternal, supongo.
— Sí. Pero Alek y yo no podíamos traerlos a todos. Envía refuersos para explicarles a los que quedan la situasión de Calegoría y traerlos aquí.
— Voy. Espera un momento. — Llamó a uno de sus ayudantes y repitió lo que Dragomir le había dicho. Yo lo miraba sin poder creérmelo. ¿Desde cuando sería el rey? Porque se notaba de lejos que tenía experiencia. Además, para que un príncipe reine, sus padres y abuelos tienen que haber muerto. O puede que hubieran abdicado en él… — Y, ¿ya se lo habéis contado todo?
— Sí.
— ¿Hasta lo del traidor?
El ambiente se heló por completo. Hasta los guardias de la puerta más lejana giraron la cabeza al oír «traidor». 
— No, Innokentiy. Ningún calegor conoce la historia…
— Pues ya va siendo hora. — Respondió.
Nos dijo que le siguiéramos, y cuando me disponía a hacerlo, note que alguien me agarraba de la mano y me impedía avanzar. Volví la cabeza y vi a Nico, que se llevó un dedo a los labios indicándome silencio. Me llevó a una vidriera de las que había en la pared, frente a la que José estaba parado con una expresión de incredulidad en la cara. Al mirarla lo comprendí. 
Era un  paisaje de campo, en el que el rey Innokentiy daba un discurso a un enorme grupo de calegores. Al fondo, estaban los únicos que tenían ojos dibujados.
Nico. También José. Y Mónica. Y Carlos. 
Y yo, con un puñal que atravesaba mi espalda en el punto exacto en el que, desde pequeña, los golpes me han resultado más duros. Mi talón de Aquiles.
En una situación cualquiera, me hubiera dado vergüenza que Nico no me soltara la mano. Pero esa vez lo agradecí, porque si no hubiera conseguido sujetarme a tiempo, habría caído al suelo de la impresión.
Y es que desde que viví por primera vez el treinta y uno de octubre, empecé a confiar en mi intuición más que en cualquier otra cosa. Y mi intuición me decía que alguno de los que estaban representados en aquella vidriera me clavaría un puñal por la espalda cuando menos me lo esperara.
Bonita metáfora para empezar una guerra, ¿no?

no hay dos sin tres... ;)