miércoles, 4 de julio de 2012

El hombre de los ojos verdes. Capítulo VII

¡Hola a todos! Siento haber tardado tanto en pasarme por aquí a publicar una nueva entrada, pero es que en verano... me cuesta mucho todo ^^U
Igualmente, aquí está el capítulo séptimo de El hombre de los ojos verdes :D Por si alguien no se acuerda bien de por donde lo dejamos y no tiene ganas de ponerse a buscar, aquí están los capítulos ordenados, del primero al último:
También podéis leerlos pinchando en El hombre de los ojos verdes, en la barra de la derecha del blog, bajo el encabezado Historias. Allí están ordenadas en sentido contrario al orden de publicación, esto es, el primer capítulo que veréis será el último que haya publicado.
Otra cosa, durante la próxima semana no voy a poder entrar en el blog. Me voy de vacaciones y no me llevo el ordenador, pero, cuando vuelva, traeré el capítulo octavo :D
_______________________capítulo siete_______________________
Lo primero que llamaba la atención de Calegoría era su inusual cartel de bienvenida. La silueta de una enorme verja negra, con figuras esculpidas hasta el detalle más insignificante, era al menos cinco veces más grande y majestuosa que todas  las vallas de los cementerios de las películas americanas juntas. Una de las lustrosas esculturas era un calegor cubierto por una capa negra, otra, uno que luchaba contra él y tenía las orejas puntiagudas, y la que más me llamó la atención fue la de un animal similar a los murciélagos. Un hada del sueño, supuse. Entonces se me vino a la cabeza el bicho que había salido del despacho de Dragomir; era igual, solo que verde fluorescente. Tuve la sensación de que había algo raro en ella, en la que escapó, pero decidí no decir nada. En el arco superior de la valla, colgado con dos enormes y relucientes cadenas negras, había un cartel que rezaba: «Bienvenidos a Calegoría», con letras macabras que brillaban en la oscuridad.
Pump tuvo que gritarnos para hacernos recordar que no estábamos allí para hacer turismo, pues ya llevábamos un buen rato admirando la verja sin movernos. Seguimos andando, y me asustó comprobar que la imagen que imaginé en mi cabeza sobre Calegoría se correspondía al cien por cien con la realidad. Las casas se erguían en ángulos imposibles, formando figuras geométricas y, llamadme loca, dibujando sonrisas en sus puertas (¿bocas?) cuando pasábamos por delante. La plazoleta principal, que era la que atravesábamos en aquel instante, estaba a rebosar de calegores de todas las edades. Iban vestidos con ropa extraña, puede que tradicional, aunque, claro, ¿quién era yo para decir eso, si hacía media hora ni si quiera sabía que Calegoría existía?
La luna parecía más cercana que de costumbre. Era blanca, llena, enorme, y parecía seguir cada uno de nuestros movimientos. Al llegar a una de las muchas y estrechas callejuelas en las que se dividía la plaza, sentí algo frío acariciando mis pies. Al mirar al suelo, comprobé con horror que estaba de agua hasta las rodillas.
— ¿Pero qué…? — Pregunté, bastante confusa. Salí de aquella especie de canal y continué andando por la acera. Los calegores no dejaban de mirarnos y, aunque intentaban disimular, en sus caras se podía ver un resquicio de felicidad que no dejaba lugar a dudas; era bien sabido quiénes éramos y cuál era nuestra misión. 
Al continuar el camino hacia quién-sabe-dónde, pudimos comprobar que las calles estaban llenas, a pesar de que era por la noche. Las barcazas que transportaban calegores, parecidas a los vaporettos de Venecia, pero talladas completamente en madera negra, iban llenas hasta las trancas, y surcaban los canales con una facilidad pasmosa. No entendíamos por qué había tanta actividad, cuando ya era casi medianoche. Alek nos lo explicó amablemente:
— En Calegoría, el Sol solo sale dos veces al año; durante los dos solsticios. Sabemos si es de día o de noche por los relojes, pero el cielo siempre está oscuro. Algunos calegores salen por la noche y otros por el día, así que las calles nunca están tranquilas.
— Por eso estáis tan blancos, ¿no? Porque casi nunca os da el Sol — Preguntó Mónica.
— Sí, justo por eso.
Entonces vi al lugar al que nos dirigíamos. Entre los techos puntiagudos, redondos y rectangulares de las casas de Calegoría, sobresalía uno que parecía no tener fin. Una torre de base cuadrada, completamente recta, cuya cima era imposible de ver debido a las nubes verdosas que la rodeaban. En cada uno de sus cuatro lados, había un reloj gigantesco que, al igual que el fuego mentiroso, era mágico, desde mi punto de vista. Las enormes manecillas brillaban y seguían un movimiento rítmico, como el de las luciérnagas, a pesar de que señalaban siempre el mismo punto: Nychta, escrito en colores oscuros pero relucientes. La otra opción, puesto que solo había dos palabras escritas, era Imera; roja, naranja y amarilla, como el fuego, el sol y todas las cosas que dan calor. Supuse que la primera era la noche y la segunda el día, pero me parecía un sistema muy rudimentario para gente que sabe como hacer creer a cientos de personas algo que no han ocurrido.
Al llegar a la puerta de entrada, nos llevamos otro susto; el edificio estaba rodeado de agua, calegores con armas y unos cuantos bichos parecidos a nuestros cocodrilos, aunque demasiado grandes para mi gusto. A uno de ellos le faltó poco para tirarse encima de José y lamerle la cara como un perro.
— ¿Pero qué me pasa con los animales? — Gruñó. — Primero Pump, y aho…
— ¡PUMP NO ES UN ANIMAL!¡PUMP ES UNA CALABAZA LIBRE CON LOS MISMOS DERECHOS QUE CUALQUIER OTRA VERDURA!
Tras una incoherente pataleta de Pump, una pequeña barca nos llevó a la entrada. Las puertas de madera se abrieron de golpe, y me pareció oír un murmullo salir de ellas, de la misma madera… Las casas de Calegoría me daban mala espina.
El interior parecía un palacio de cuento: alfombras rojas, armas y escudos, retratos, vidrieras, armaduras… Dos tipos bastante fuertes nos condujeron hacia lo que yo identifiqué como el salón principal. Allí miré a mi alrededor intentando encontrar lo que íbamos buscando a aquel lugar, y lo encontré. Sentado en un trono dorado, rodeado de calegores con mapas e instrumentos, con corona y cara de no haber dormido en semanas, estaba el que parecía ser el rey de Calegoría.
— Innokentiy. Los hemos encontrado. — Dijo Dragomir, levantando la voz para hacerse oír entre el murmullo de la sala. 
El «rey» se levantó de su asiento. Tenía una gran agilidad, teniendo en cuenta su aspecto. Porque la verdad es que no aparentaba más de siete o seis años.
— ¿Solo ellos?¿No deberían ser más? — Murmuró con voz alegre e infantil mientras daba saltitos alrededor nuestra. Oí a Mónica decir "Ooohh". Ya estaba tardando. En cuanto ve a un niño pequeño con voz dulce no puede evitarlo. Instinto maternal, supongo.
— Sí. Pero Alek y yo no podíamos traerlos a todos. Envía refuersos para explicarles a los que quedan la situasión de Calegoría y traerlos aquí.
— Voy. Espera un momento. — Llamó a uno de sus ayudantes y repitió lo que Dragomir le había dicho. Yo lo miraba sin poder creérmelo. ¿Desde cuando sería el rey? Porque se notaba de lejos que tenía experiencia. Además, para que un príncipe reine, sus padres y abuelos tienen que haber muerto. O puede que hubieran abdicado en él… — Y, ¿ya se lo habéis contado todo?
— Sí.
— ¿Hasta lo del traidor?
El ambiente se heló por completo. Hasta los guardias de la puerta más lejana giraron la cabeza al oír «traidor». 
— No, Innokentiy. Ningún calegor conoce la historia…
— Pues ya va siendo hora. — Respondió.
Nos dijo que le siguiéramos, y cuando me disponía a hacerlo, note que alguien me agarraba de la mano y me impedía avanzar. Volví la cabeza y vi a Nico, que se llevó un dedo a los labios indicándome silencio. Me llevó a una vidriera de las que había en la pared, frente a la que José estaba parado con una expresión de incredulidad en la cara. Al mirarla lo comprendí. 
Era un  paisaje de campo, en el que el rey Innokentiy daba un discurso a un enorme grupo de calegores. Al fondo, estaban los únicos que tenían ojos dibujados.
Nico. También José. Y Mónica. Y Carlos. 
Y yo, con un puñal que atravesaba mi espalda en el punto exacto en el que, desde pequeña, los golpes me han resultado más duros. Mi talón de Aquiles.
En una situación cualquiera, me hubiera dado vergüenza que Nico no me soltara la mano. Pero esa vez lo agradecí, porque si no hubiera conseguido sujetarme a tiempo, habría caído al suelo de la impresión.
Y es que desde que viví por primera vez el treinta y uno de octubre, empecé a confiar en mi intuición más que en cualquier otra cosa. Y mi intuición me decía que alguno de los que estaban representados en aquella vidriera me clavaría un puñal por la espalda cuando menos me lo esperara.
Bonita metáfora para empezar una guerra, ¿no?

no hay dos sin tres... ;) 

2 comentarios:

  1. "¡PUMP ES UNA CALABAZA LIBRE CON LOS MISMOS DERECHOS QUE CUALQUIER OTRA VERDURA!"
    XD genial!!!

    y el puñal, mmm... ¿quién será el traidor?

    me encanta volver al mundo blogger y tener cositas ricas para leer :)
    besitos!!

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    Respuestas
    1. Jajaja xD me encanta escribir las rabietas de Pump... Es más, me encanta escribir cualquier cosa que diga Pump xD Es muy fácil hacerle hablar ;)
      ¡Me alegro de que hayas vuelto! Y que sepas que yo también estoy medio en modo marmota jeje xD

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