domingo, 11 de noviembre de 2012

¡Saludiños!

¡Buenas! Ya hace más de un mes que no me paso por aquí, pero como veo que por más que me disculpo no logro "formalizarme", voy a pasar directamente a la acción.
Durante este período de tiempo, ¡el I Certamen Llibrete ya va por su Gala 4! A mi me hace mucha ilusión que este proyecto siga adelante, porque al escribir sobre temas a los que no estas acostumbrado practicas bastante. Los consejos de las juezas se agradecen mucho, al menos en mi caso, ya que lo ven todo de manera objetiva y te dicen fallos y maneras de mejorar. Os recomiendo a todos que lo sigáis de cerca, lo leáis todas las semanas y votéis al texto que más os guste. Para ver tooooda la información del Certamen, entrad aquí: http://llibrete.jimdo.com.
Os pongo aquí tres textos que he enviado. El primero trata sobre la ira, uno de los pecados capitales. El segundo es de ciencia ficción, o al menos era un intento de ello que salió rana jeje. El último es una experiencia personal. ¡Espero que os gusten!


Todo por venganza.

Los músculos de Mark se pusieron en tensión. Se levantó, agarrando con fuerza su lanza, y echó a correr tras el desconocido, que reía como un loco.
No pensó que bajo aquella capucha podía estar cualquiera. No pensó que, al irse de la tienda, dejaba a todos sus compañeros desprotegidos, durmiendo. No pensó que podía ser una trampa. No pensó. Simplemente corrió todo lo rápido que sus piernas se lo permitieron.

— Te toca a hacer la guardia. — oyó decir a Kim.
Mark se despertó y asintió con desgana. Recogió del suelo su lanza y salió de la tienda, malhumorado. 
Esa noche había tenido de nuevo la misma pesadilla que le atormentaba desde hacía años. Aunque conocía el final, se sintió sobrecogido al revivir de nuevo la horrible escena. El encapuchado cogía el arco del suelo, lanzaba la flecha y atravesaba el corazón de su padre, que caía al suelo, muerto. 
Al principio sintió miedo. Después, una oleada de ira lo levantó del suelo, una sensación que noche tras noche se hacía más violenta. Su deseo de venganza seguía creciendo.
— La venganza no es buena, ¿sabes? Te ciega.
Se giró, sorprendido. Era imposible que nadie supiera lo del encapuchado. Nunca lo había dicho en voz alta. ¿Murmuraría en sueños? ¿Babearía? No, por favor. No delante de sus compañeros. Sería estúpidamente ridículo.
— ¿De qué hablas?
— Cada vez estás más agresivo, más distante… Como si estuvieras planeando una venganza.
— ¿Y qué si es verdad?
— Que la ira no trae nada bueno. Ahora te puede parecer la mejor opción, pero… — Mark tenía el ceño fruncido…. — Ni sabes lo que es la ira, ¿verdad? La ira es el deseo de venganza, y…
— Déjame en paz, ¿quieres?
El chico salió de la tienda, dejando a Kim con la palabra en la boca.
Pasaron varias horas, en las que estuvo con la mirada perdida en el horizonte, pensando inconscientemente en qué haría si alguna vez se encontraba con aquel encapuchado que mató a su padre. Ni se le pasó por la cabeza el daño que pudiera haber causado a Kim, la que alguna vez había sido su mejor amiga.

Al cabo de un rato, el extraño dejó de correr. Mark aprovechó para saltar sobre él y aprisionarlo contra el suelo. Su lanza se transformó en un arco y un carcaj. El tipo merecía morir como su padre. 
Lo distrajo el sonido de unos gritos. Giró la cabeza y vio el campamento en llamas. Ardiendo. Todo había sido un truco. ¿Cómo no se había dado cuenta antes?
El encapuchado huyó. Mark escuchó, por encima de las demás voces, la de Kim. Había dicho la verdad. La ira sólo le había traído cosas malas. No iba a quedarse mirando como sus amigos morían por un error suyo. Entró al fuego, decidido, y nunca nadie supo si ese fue o no el final de su historia.

(Este segundo no tiene título, si se os ocurre alguno, me encantan las sugerencias!) :)

— Anda abuelo, cállate que no me interesa. — rechista Leo. Está de mal humor, pensando en sus cosas. La reunión familiar se le está haciendo larga. Sus padres están trabajando, sus amigos de viaje y sus tíos de vacaciones. Va a tener que quedarse con sus abuelos paternos todo un fin de semana. Tras pasar horas rebuscando entre las numerosas habitaciones de la nave, revolviendo cajones y armarios, Leo se ha dado por vencido y está seguro de que no hay nada entretenido que no tenga más de treinta años de antigüedad. La prehistórica máquina de hologramas que ha encontrado en el dormitorio de invitados ni si quiera funciona correctamente. Por si fuera poco, ahora su abuelo no deja de contarle sus batallitas.
— Hijo, escúchame aunque sean cinco minutos. Cuando yo tenía quince años me encantaba ir al aeroskate park. Mis colegas y yo hacíamos unos trucos flipantes...
— Abuelo, por favor, nadie habla así. — murmura el chico entre dientes. — Y los aerodeslizadores son cosas de críos. Ahora lo que se llevan son los airollers.
— Seguro que son el mismo rollo, pero si de verdad no te gustan, podemos hablar de otra cosa. ¿Cuál es tu serie de televisión preferida?
Leo ríe con ganas y mira a su abuelo con aire burlón.
— Sí, claro. Televisión. Y después uso un ordenador, si te parece.
— ¿Pero… qué problema hay? — pregunta el abuelo, extrañado.
— Que la televisión tridimensional es de viejos. Ni si quiera puedes oler lo que ves. Está pasada de moda. Y el ordenador ya ni te cuento… 
— Pues mi bisabuelo veía la televisión en dos dimensiones. — Leo frunce el ceño, incrédulo y enfadado. — Y en blanco y negro.
— Vale, esa si que es buena. Sólo dos colores. No te lo crees ni tú. — dice, cortante. No conoce nada más que su presente, lo que para nosotros es el futuro. No va a clase; cuando necesita saber algo, se pone una inyección y se ahorra el estudio. Como la asignatura de historia es lo que menos le interesa, no tiene ni la menor idea de cualquier cosa que tenga más de veinte años. Tampoco sabe lo que es la comida de verdad, pues se limita a las pastillas de nutrientes de sabor artificial. Aunque el conocimiento tecnológico ha aumentado notablemente, es triste como las personas saben más de la vida de una máquina que de las suyas propias.
— Es verdad, y además...
— ¿Quieres dejarlo ya? Lo digo en serio. No me interesa lo más mínimo.
El abuelo relaja los músculos, cierra fuertemente los ojos, suspira con tristeza. Se levanta de su asiento y sin ni si quiera mirar atrás, murmura:
— Además, cuando yo tenía quince años, trataba mejor a mi abuelo.
Se va de la habitación, dejando a Leo con una sensación desconocida en la barriga, que le hace querer hundirse en la tierra, ahogarse en el espacio y caerse a un abismo, antes que tener que aguantar con el castigo silencioso de su abuelo.

La Caja de los Recuerdos

Abrí la polvorienta caja de madera y no pude evitar que por mis labios correteara una sonrisa. 
Dios, mi madre tenía razón. Lo guardaba todo. Pero es que todo objeto tiene una historia. Y soy partícipe de que todas las historias deben ser contadas. 
En la caja (que yo había nombrado "Caja de los Recuerdos") estaban guardados objetos que parecían normales. Pero para mí encerraban un montón de secretos. Me encantaba cogerlos y mirarlos hasta lograr recordar por qué los había guardado. Vi en una cajita transparente muchos papelitos con palabras emborronadas, mensajes pasados en clase que decían cosas importantes en su momento. Reconocí al instante la tarjeta plastificada de dragones que tantas veces había llevado colgada al cuello. El marcador de aquel libro que me prestaron y me inspiró para comenzar un relato corto, que también andaría escondido en la algarabía de historias que formaban la Caja. Vislumbré en la esquina mi anillo fluorescente; si lo dejabas un rato expuesto a la luz, adquiría un brillo fantasmagórico alucinante. Cuando estiré el brazo para alcanzarlo, toqué el lomo de un grueso cuaderno.
Lo sostuve entre mis dedos para después girarlo con cautela. Abrí lentamente la tapa y me encontré con un rótulo de colores escrito con letras desiguales: "Agencia de detectives" seguido por un gran borrón grisáceo, prueba de que había sido escrito y borrado en repetidas ocasiones. Pasé la página y observé que lo que más destacaba eran dos palabras en la esquina izquierda: "Caso uno". El resto de las letras se superponían una encima de otra, y los dibujos parecían no tener sentido. Ni un hueco. Había una flecha, un pájaro blanco…
Espera, espera. ¿Una flecha?
Me fijé en la flecha. Tal y como pensaba, no era una flecha. Era una rama de olivo.
Me golpeé la frente con la palma de la mano y sonreí. Recordaba con nitidez esa semana de tercero de primaria.
Los trabajos para el día de la paz habían sido casi todos aceptables, teniendo en cuenta que estábamos hablando de niños de nueve o diez años. Sin embargo, había uno que destacaba. La gran paloma blanca de yeso que las chicas habían hecho era muy graciosa. Algo deforme, eso sí, pero tenía su gracia. Al final de la clase, el pico de la paloma apareció en el suelo, lo que significaba que alguien lo había roto.
¡Menudo lío se formó! Todos querían saber el nombre del culpable. Así que recorrimos todo el recreo preguntando a unos y otros hasta dar con él; Miguel confesó que se había chocado con ella sin querer. Y el ánimo se nos subió por las nubes. Lo apuntamos todo y nos preparamos para nuestro siguiente caso, un caso que nunca ocurrió.
Sonreí de nuevo. Cerré la caja, pero no guardé la libreta. No sé por qué, pero ese recuerdo me había tocado la fibra sensible. Pasé de página y puse en grandes letras "Caso dos".
Habían pasado seis años. Pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde, ¿no?


;)


3 comentarios:

  1. Prueba con estos títulos:

    La sabia Edad del Tiempo.
    Tener de todo es no tener nada.
    El valor de la mala gana.
    Una vez fui un niño.
    Ver para crecer...

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    1. Me gusta la de Una vez fui un niño :D a lo mejor lo uso para algo mas "grande" que un pequeño relato jejeje
      Un saludo!!

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    2. Por cierto, me encantó MUCHO tu felicitación de cumple :')

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