miércoles, 4 de septiembre de 2013

Karma.



El camino se estrechaba por momentos. La luz no llegaba al final.
Era difícil creer que iba a acabar así. Cubierto de polvo, manchado de barro, bajo una manta de escombros del que antes había sido su hogar. 
"Con lo que yo he sido…"
¿Existía entonces eso a lo que los supersticiosos llamaban karma?¿Eso de que tu futuro dependía de tus acciones en el pasado? Años atrás, su respuesta habría sido una negación irrefutable. Sin embargo, ahora que veía como las cenizas revoloteaban frente a la luna, recortando siluetas casi mágicas, se aferró a aquella creencia como si de su última esperanza se tratase.
Había sembrado terror entre los suyos, humillado y pisoteado a poblaciones enteras, menospreciado hasta al más poderoso entre los poderosos. Había hecho cosas horribles. Pero para él eran maravillosas. 
Su vida estaba vacía, y si había algo que no podía soportar, era ver que la de las personas de su alrededor estaban llenas. Con cada lágrima de terror que se derramaba por su causa, con cada grito de piedad que oía, se sentía más grande.
Eso era algo bueno. Algo bueno para él. El karma no era un contrato con letra pequeña como los que a tanta gente había hecho firmar. No especificaba quien era el beneficiario de las buenas acciones. Solo que el que las hiciera se vería recompensado.
El loco, entonces, comenzó a reír. Comenzó a reír como el demente que era. La gente que pasaba cerca de él se llevaba las manos a la cabeza. Le gritaban para que se alejara del fuego, intentaban acercarse para sacarlo de bajo las paredes que le habían caído encima. Probablemente hubieran oído hablar del loco, pero no del tirano que fue en otro tiempo. 
Las llamas comenzaron a consumirle. El camino se estrechó por completo. La luz se apagó. Ya no había cenizas en el cielo. Y tampoco quedaba rastro del viejo loco en el suelo.

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