sábado, 11 de enero de 2014

El hombre de los ojos verdes. Capítulo X.


El descontrol se apoderó del castillo de Calegoría. Los recién llegados se preguntaban unos a otros quién era Saturno; no se habían enterado demasiado bien de la historia. Inno intentaba calmar a sus sirvientes, pero los pocos que seguían allí estaban chillando palabras incomprensibles, es decir, calegor puro y duro. Se oían gritos, golpes, cristales y espadas en la planta de arriba, acompañados de un continuo batir de alas casi hipnótico. Miré a Nico, Mónica, José y Carlos, que aunque temblaba había logrado incorporarse. Al parecer, el 31 de octubre no iba a ser nuestro día.
— ¡Evacuad el castillo! — sugerí, intentando que mi voz se oyera por encima del barullo. — ¡Todos fueraaaaa!
Los calegores y los chicos salieron corriendo, en relativo orden. Como casi siempre, la noche reinaba en Calegoría. Tardamos bastante en subir a todo el mundo en barcas para atravesar el foso, y los cocodrilos siguieron a José. 
Genial. Más gente.
Una vez en la ciudad, observamos que todos los calegores miraban con recelo la torre del reloj. Lo primero que llamaba la atención era que la aguja no señalaba ni Nychta ni Imera. Señalaba al frente.
A nosotros. 
Lo segundo, era la terrorífica visión de una criatura negra que escalaba como podía la empinada pared.
Al principio no supe muy bien de qué se podía tratar: no se parecía a nada que hubiera visto antes. Era cuellilargo y gigantesco, encorvado, con escamas grasientas recubiertas de babas, alas de mosquito, movimientos de cucaracha, ojos que ocupaban tres cuartos de su cabeza y una pequeña boca atestada de dientes. Bastante menos elegante de lo que imaginaba, pero se parecía…
— Un dragón. — Murmuró José, leyéndome el pensamiento.
El bichejo llegó a la altura del reloj a duras penas, descolgando y partiendo tejas y ladrillos que caían hacía nosotros. Entonces, su tamaño disminuyó hasta llegar al de una persona normal. El cuello daba vueltas sobre sí mismo, perdiendo longitud. Las escamas se escondieron bajo la tela de una larga capa negra, para mostrar una piel humana, oscura. Las alas de mosquito crecieron y se cubrieron de plumas. La transformación causó tal revuelo en la multitud que la mayoría salió corriendo.
En el lugar en el que hacía unos segundos había un dragón, ahora estaba Saturno, con cara de loco, vociferando insultos en calegor (aquel día acabé aprendiendo unos cuantos), dando puñetazos y patadas a la torre y moviendo desenfrenadamente sus alas de cuervo de arriba para abajo.
— ¡DÓNDE ESTÁ!¿DÓNDE ESTÁ? — gritó. — ¡QUIERO RECUPERAR LO QUE ES MÍO!¡AHORA!
Su forma volvió a cambiar. Ahora era una mezcla entre cuervo y halcón. Cayó en picado hasta nosotros y remontó el vuelo en el último momento. Se posó en el tejado de una casa y, sin transformarse, graznó:
— ¡TRAERÉ A MI EJÉRCITO PARA RECUPERARLO!¡LO HARÉ!¡Y, SI NO LO ENCUENTRO, SABED QUE NO QUEDARÁ NINGÚN CALEGOR VIVO PARA CONTARLO!¡EL QUE AVISA…! — su cara de pájaro forjó algo similar a una sonrisa. — El que avisa no es traidor.
Me miró fijamente durante un segundo que se hizo eterno. Acto seguido, giró la cabeza y siguió volando. Los calegores corrieron de un lado a otro, buscando refugio, y en unos pocos minutos acabé perdiéndome. Iba a contracorriente.
¿Qué significaba todo esto?¿Iba a empezar una guerra de verdad?¿Cuánto tiempo nos quedaba?
Oí que alguien me llamaba a lo lejos, pero apenas veía nada. No controlaba mis propios movimientos: los controlaban los calegores y los chicos de mi ciudad, los que corrían a mi alrededor en todas las direcciones y me arrastraban con ellos, haciéndome cambiar cada poco tiempo de sentido. No sé cuánto tiempo pudo pasar, pero conseguí salir de la marea humana y acabé en un callejón estrecho y mojado, que en otro momento había sido un pequeño canal. Me tomé unos segundos para respirar, y después subí a un viejo barril para poder ver la estampa desde las alturas.
— ¿Qué buscas? — Dijo alguien detrás mía. Me giré y vi a Dragomir, sonriente, con algo parecido a la funda del violín sobre la espalda y una larga capa roja deshilachada. Respiré hondo.
— ¡Menos mal que te encuentro!
— Eso, menos mal. Perderte en esta multitud habría sido muy desconsiderado por nuestra parte, ¿no crees, niña? 
No necesité nada más. Salí corriendo hacia la marea humana que casi me había ahogado, pero el calegor me agarró. Sentí que una corriente gélida me recorría el cuerpo, y pronto la presión de sus dedos contra mi hombro se volvió afilada, como agujas amenazando con clavarse en la piel.
— Dime, niña traicionada. ¿Qué te ha contado mi hermano sobre Calegoría?
— Muchas cosas.
— No te habrá dicho que soy el malo, ¿no?
— No, no.
— Al menos ha hecho algo bien. — El gemelo de Dragomir anduvo hacia delante, sin soltarme del hombro. — ¿Ves a todos estos calegores corriendo?¿Ves cómo están perdidos?¿Cómo no saben a dónde ir?
Asentí con rapidez, no solo por complacerle, sino porque vi que tenía razón. Todos se chocaban entre sí, caían al suelo y buscaban alguna salida por la que huir de la multitud. Estaban descontrolados. Desesperados.
— Ahora mira a los tuyos. Fíjate en los niños de tu tribu. Acaban de ser arrastrados a un mundo nuevo, desconocido para ellos. Y encuentran el triunfo antes de que lo consigan los que llevan lustros conociendo estas calles. ¿Es cierto lo que digo?
De nuevo, asentí. Un grupo de chicos y chicas que reconocí de mi colegio habían logrado subir al tejado de una casa, refugiándose de la marea humana (¿calegora?) y consiguiendo una vista aérea de parte de la ciudad.
— Pues yo estoy aquí para remendar ese error. Para hacer de los calegores criaturas de provecho.
— ¿A qué te refieres?
— ¡No hables si no te pregunto! — Rugió, apretando la mano en mi hombro. Las rodillas me fallaron, pero él no redujo su fuerza. — En tu tribu, desde que sois jóvenes tenéis líderes. Figuras a las que seguir. Podéis elegir caminos muy distintos, pero siempre habrá alguien al final, alguien que se vea desde el comienzo y que os de esperanzas de que no es imposible lograrlo. — Escupió en el suelo. — Pero nosotros no. No tenemos líder. El rey solo resuelve conflictos y se mantiene al margen del resto de situaciones. No hay héroes, niña. ¡Mira nuestras leyendas!¡Mira a Saturno y Khrónos, odiados por los calegores para el resto de la eternidad! Aquí nunca se consigue la gloria, y como no hay calegores gloriosos al final del camino, tampoco nadie tiene necesidad de seguirlo. — Tomó una pausa y miró a la multitud, que seguía dispersándose y reuniéndose de nuevo. — Están todos vacíos. Todos lo estamos.
Permanecí en silencio.
— ¿Tienes preguntas?
— ¿Cómo pretendes hacer de los calegores criaturas de provecho?
Aunque no podía mirarlo directamente a los ojos, vi que un brillo febril sacudió su mirada. Utilizó una sonrisa demasiado grande para su cara.
— Dándoles un líder al que seguir. ¿Lo entiendes verdad?¿No ves como todo encaja? Los calegores no hacen nunca nada. ¡Con un líder podrían ser poderosos!¡Podrían conquistar tierras, cumplir normas, ver un imperio crecer!¿No sería maravilloso?
— No lo veo así.
— Claro. Los humanos nunca lo veis así. — Masculló. — ¿Dudas?
— ¿A quién sigues?¿Saturno?¿Khrónos?
El gemelo de Dragomir se echó a reír, y por un segundo su mano se aflojó. 
— No sabes lo estúpido que resulta oír eso.
— No lo entiendo. Ahora que Saturno ha vuelto, y teniendo en cuenta que Khrónos sigue vivo, los calegores podéis elegir de qué bando estáis. Es como volver a vivir la guerra. — Dije, atreviéndome a hablar sin que él me cediera la palabra.
— En algún momento lo comprenderás. Ahora te basta con saber que estoy de parte de Saturno.
Volvió a apretar mi hombro con su fuerza al máximo, y esta vez no hubo lugar a dudas: clavó cinco dedos puntiagudos en mi carne. De la funda del violín sacó un tosco engranaje de metal negro, que tenía dentro de él un engranaje más pequeño, y dentro de ese otro, y otro, como las muñecas rusas. Con su mano libre,los giró todos hasta dejarlos en una posición que parecía buscar. Entonces, golpeó el aparato fuertemente contra la pared, y después de sentir que la barriga se me deshacía en tiras, aparecimos en un lugar que no se parecía en nada al callejón.

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