martes, 11 de marzo de 2014

Más allá del cielo.

Hay un anciano sentado en un banco, a la entrada del cine. Cada pocos segundos levanta la vista hacia el reloj digital que hay encima de la cartelera. La última vez que mira es cuando el reloj marca las cuatro y veinte. Entonces, se frota las manos, se levanta y entra en el edificio. Cuando sale, el reloj indica las cuatro y media. Se vuelve a sentar en el banco. Ahora lleva unos trozos de papel en la mano, que guarda en los bolsillos.
Hay unos niños jugando en frente suya y, de cuando en cuando, echan miradas a la entrada del cine y señalan distintos pósters de la cartelera. Cuando terminan de hacerlo, se miran unos a otros, con las manos en los bolsillos, clavan los ojos en el suelo y dan patadas en el aire. 
El anciano se ríe cada vez que lo hacen, y fija la mirada en el horizonte, viendo algo que se esconde mucho más allá del cielo. Espera a que el reloj señale las cinco menos cuarto. Entonces, se levanta y se acerca a los niños. Al principio se alejan de él, pero dice algo que hace que todos sonrían, y vuelven a ponerse cerca suyo. Están un rato jugando juntos. Los niños siempre corren más rápido, más ágiles, y ganan, pero el anciano sonríe incluso más que ellos. En el instante en que comienza a respirar con dificultad, una sombra vuela por sus ojos. Acaba por tener que sentarse de nuevo en el banco. Los niños se sientan con él, y le hacen muchas preguntas. El anciano responde a todas y, una vez su respiración vuelve a la normalidad, saca del bolsillo los trozos de papel. Los reparte a los niños, que tienen los ojos muy, muy abiertos y la sonrisa igual de grande. Señala con su dedo arrugado el reloj, que marca las cinco menos cinco. Los niños siguen mirando con los ojos muy abiertos, y ríen y hablan y corren al interior del cine lo más rápido que pueden.
El anciano sonríe, pero es una sonrisa distinta a las que ha tenido antes. Se lleva una mano al corazón. Tiene los ojos brillantes, de nuevo fijos en el horizonte, esta vez con la certeza de ver algo que el resto de personas ignoran. Después de unos minutos, otro grupo de niños aparece y empieza a jugar cerca del banco. El anciano se seca los ojos, y alterna la mirada entre los niños y el reloj hasta que este señala las cinco y veinte. 

Se levanta y entra en el cine.


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